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Ayer tuve un sueño que recuerdo como si se hubiera tratado de una película:

Es de noche. Ha llovido mucho. El viento me está congelando. Estoy descalza, en la calle y tengo miedo. Corro por callejones. Tengo muchas ganas de orinar, creo que es por el frío. Estoy en pijama y sin zapatos. Quiero encontrar una casa donde pueda descansar un poco después de ir al baño. Las casas de esta ciudad no me parecen seguras. La ciudad no me parece real, es tan pequeña, sus casas son tan pequeñas que cualquiera diría que solo es la maqueta de una ciudad. Esto lo pienso mientras corro. Luego de mucho correr me doy cuenta de que la ciudad es un círculo y he llegado al centro; el núcleo es un árbol muerto y de su rama más alta, que no debe pasar de los dos metros, cuelga un faro de luz. Me quedo mirando un rato esa imagen, presiento que ya he visto ese árbol en otra parte. El viento balancea ligeramente el candil y el suelo comienza a mecerse con suavidad, me sorprende un pensamiento: la luz que emana de ese faro es la sustancia tangible de las cosas, y el viento, con su autonomía de la luz, es malo. El suelo está helado, la piel de mis pies se ha adherido a la capa de hielo que cubre el suelo. Me duele moverme; mis pies están cortados, lo sé porque súbitamente me he orinado y el agua calida que los moja me produce un leve ardor. Doy unos pocos pasos levantando los pies para verme las plantas. A mi espalda se oye el lento rechinar de una puerta. Volteo para mirar que hay una tienda abierta a esas horas de la noche, de la madrugada podría decir. Es una tienda de comics. Me acerco. Adentro es cálido. Hay no poca gente, desvelados enfermos de insomnio como yo. Voy al mostrador y pido unos zapatos, pregunto si de casualidad venden zapatos ahí. No tienen. Tienen calcetines. Me alegro y compro un par de color gris claro. Ya más tranquila, observo algunas cosas; me hace feliz saber que existe un lugar así, una tienda para los que leemos de noche. La puerta se abre de nuevo; nadie, excepto yo, voltea y sin embargo todos sonríen porque saben de quién se trata. En el umbral aparece la estampa del hombre que me persigue en el sueño y yo estoy ahí, acorralada por falsos insomnes.

Cuentan que cierto día Anushirván, el rey justo, fingiose enfermo y despachó a sus hombres de confianza y a sus agentes con la orden de buscarle por todas las comarcas y provincias de su reino y todas las regiones de su imperio una teja vieja de barro de alguna ruinosa alquería, pues los médicos —decía— le habían recetado para su dolor ese remedio.

     Sus emisarios marcharon luego a cumplir su mandato y recorrieron todas las provincias de su reino y todos los países a su señorío sujetos. Después de buscar en vano la teja vieja de barro volvieron ante él y le dijeron:

     —Has de saber, señor, cómo en todo tu reino no hemos podido encontrar una alquería en ruinas ni una sola teja de barro de ella desprendida.

     Holgose mucho Anushirván al oír aquello y dio gracias a Dios y exclamó:

     —Yo no quería más, sino poner a prueba mi reino y experimentar los países de mi señorío, a fin de averiguar si en todo mi imperio había una aldea abandonada y derruida para volver a levantarla. Pero como ahora se ha visto que no hay en todo mi reino ni un lugar deshabitado, señal es ésa de que el reino va bien y el mejor orden impera doquier, y que, en consecuencia, podrán alcanzar su perfección las ciencias.

     Aquellos monarcas antiguos se afanaban con tanto celo por el bienestar de su pueblo porque sabían que, cuanto más poblado está un imperio, tanto más abundan en él las cosas de que los hombres han menester, y sabían también que es cierto, de toda certeza, lo que anuncian los hombres de letras y lo que en las máximas de los sabios se encierra, o sea: que la religión depende del rey; el rey, de sus tropas; las tropas, del erario; el erario, de la pros-peridad del país, y la prosperidad del país, de la equidad con que el monarca a sus vasallos trata. Por todo ello, no consentían a nadie que obrase con dureza y tiranía ni sufrían que sus ministros procediesen sin atenerse a la justicia, pues harto sabían que los vasallos no pueden prosperar bajo la tiranía, que campos y ciudades se convierten en ruinas cuando la tiranía los domina y que entonces sus moradores se desperdigan y en las tierras de otros reyes se refugian. De esto se sigue miseria para el reino y merman sus ingresos y el público erario llega a verse exhausto y la plácida vida de los vasallos padece eclipse, pues no pueden amar a un señor despótico, sino que, sin cesar, elevan al cielo sus preces para que de él los quiera librar, de suerte que a ese rey su señorío no le aprovecha y una plaga incurable luego en él se ceba.

Antiguos eran en verdad aquellos monarcas, y grande era la melancolía de aquella breve noche de las Mil noches y una.

Sueño

Soñé que un antiguo amor venía a visitarme con su nueva novia. A primera vista la mujer parecía buena, no era bonita pero sonreía. Transcurría la visita como transcurren los sueños, sin orden alguno. Ya vista de cerca la mujer era muy fea y algo vieja. Alguien contaba una anécdota de Guanajuato, yo ofrecía refresco y papitas que la mujer devoraba con ansiedad.  De pronto descubría con asombro que ella era una bruja, además de sus malos modales para comer la delataba una larga cola descarnada que tenía pegada a la pierna izquierda (que yo sepa, en la vigilia no existen anécdotas de brujas con rabos o no son éstos los que las definen, en fin); yo sabía que tenía que advertir a mi amigo el peligro que corría a su lado, pero cómo, lo iba a interpretar como celos. Mientras yo estaba angustiada e iba de un lado para otro, la mujer comenzaba su rápida transformación en un horrible monstruo con escamas. Él, increíblemente, la miraba enamorado. Ya desesperada por la situación francamente ridícula me despedía de ellos con el pretexto de irme a dormir, lanzaba un largo y falso bostezo. Abría la ventana y emprendía el vuelo. 

Dos curiosidades de este sueño: la manera en que está dispuesto el relato, es decir, la elección de los tiempos verbales, ésta me viene intuitivamente; muchos utilizan para la narración de sus sueños el tiempo presente, otros el pretérito (los españoles, creo, el pluscuamperfecto), yo por qué usaré siempre la misma forma, debe tener alguna interpretación psicolingüística. La otra cosa: si salí volando, me parece sumamente molesto no recordar qué clase de ave soy.

Soledad,

marítima sustancia imaginada,

medusa de tristeza

 

 

Tardes

La tarde, tímida, nos enmudece. Los pájaros se congregan sobre los árboles para remontar el vuelo. Carmesí es el color del cielo. El aire es marino, pero el mar está lejos; lo suple un lago. La barca es triste y lleva un nombre oscuro. Vacía está la casa y es una sobre la tierra. El sueño es viejo y se repite siempre, en silencio, como las tardes.

Hellzapoppin

Hell is a poppin. Erri de Luca, recordando la película de 1941, pregunta a Nives Meroi, en medio de la noche, a muchos metros de altura en el Nepal: «¿Has estado en una situación tan complicada como para decir que el infierno, comparado con eso, no es más que una broma?» Nives comienza el relato detallado de una experiencia difícil en otra montaña; su narración es como la de quien mira pasar los hechos nuevamente ante sus ojos, con esa forma con la que se cuentan las cosas en las noches de insomnio y fatiga. Es un bello inicio en una hermosa novela.

Ahora pienso, descontextualizando completamente la frase, en cuán cierto es siempre, literal y metafóricamente, aquello de que el infierno es sólo una broma.

El personaje

Un personaje es atravesado por una serie de acciones que no son suyas, no le pertenecen. Bien visto, el personaje es más como un punto en el espacio. Contiene y es el efecto de su propio límite. Nada se puede decir de él que no parezca extraviarse y devenir otra cosa. Apenas se enuncia algo suyo y ya se habla de más. Nombrarlo es lo más arbitrario que se puede lograr. Cualquiera que cuente una historia obtendrá para sí un personaje, hasta sentirá un poco de cariño y admirará con modestia lo que considera una extensión de su ser, casi como un hijo; pero si mira bien su creación y la desnuda de todo accidente, sentirá que su labor ha sido en vano. Pronto se irá a tejer la ilusión de otro fantasma.

Palimpsesto

nighthawks

Si me preguntan quién es, puedo contestar: es una llama azul entre las rocas. Es el viento en la juntura; la mano fría del que vigila. Es una bandada de aves, una legión de voces, un despertar en sombra. Es el que se despliega de sí como una gota. Es el ave y su silencio. Un caminante de los desiertos. Gandharva del pensamiento.

Repeticiones

—Hay alguien más.

—¿De qué hablas?

—De alguien entre nosotros.

—¿Por qué lo dices? ¿Tienes miedo? ¿Sientes que hay alguien aquí?

—No, no está aquí.

—¿Entonces?

—Es alguien que nos piensa y nos persigue.

—¿Te refieres al influjo de una persona fuera de esta habitación?

—Sí.

—¿Sabes quién es esa persona?

—Es alguien a quien sólo he visto una vez.

—¿Es un hombre? ¿Dónde lo has visto?

—Lo vi con toda claridad una mañana.

—¿Dónde?

—Yo estaba en esta ventana, él estaba en aquella torre.

—Entonces no lo pudiste ver bien ¿cómo es que lo recuerdas?

—Estuve mirándolo cerca de una hora, él también me miraba.

—¿Porqué piensas en él? ¿Sentiste que lo deseabas y te sientes mal por eso?

—Es él quien me está pensando.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque siento la estampa de su presencia en la torre.

—¿Quieres que encienda la luz para que busquemos?

—No, temo que ese acto me saque del sueño y no pueda mirarlo más, ni recordarlo entonces.