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Archive for the ‘raconteur’ Category

Cuentan que cierto día Anushirván, el rey justo, fingiose enfermo y despachó a sus hombres de confianza y a sus agentes con la orden de buscarle por todas las comarcas y provincias de su reino y todas las regiones de su imperio una teja vieja de barro de alguna ruinosa alquería, pues los médicos —decía— le habían recetado para su dolor ese remedio.

     Sus emisarios marcharon luego a cumplir su mandato y recorrieron todas las provincias de su reino y todos los países a su señorío sujetos. Después de buscar en vano la teja vieja de barro volvieron ante él y le dijeron:

     —Has de saber, señor, cómo en todo tu reino no hemos podido encontrar una alquería en ruinas ni una sola teja de barro de ella desprendida.

     Holgose mucho Anushirván al oír aquello y dio gracias a Dios y exclamó:

     —Yo no quería más, sino poner a prueba mi reino y experimentar los países de mi señorío, a fin de averiguar si en todo mi imperio había una aldea abandonada y derruida para volver a levantarla. Pero como ahora se ha visto que no hay en todo mi reino ni un lugar deshabitado, señal es ésa de que el reino va bien y el mejor orden impera doquier, y que, en consecuencia, podrán alcanzar su perfección las ciencias.

     Aquellos monarcas antiguos se afanaban con tanto celo por el bienestar de su pueblo porque sabían que, cuanto más poblado está un imperio, tanto más abundan en él las cosas de que los hombres han menester, y sabían también que es cierto, de toda certeza, lo que anuncian los hombres de letras y lo que en las máximas de los sabios se encierra, o sea: que la religión depende del rey; el rey, de sus tropas; las tropas, del erario; el erario, de la pros-peridad del país, y la prosperidad del país, de la equidad con que el monarca a sus vasallos trata. Por todo ello, no consentían a nadie que obrase con dureza y tiranía ni sufrían que sus ministros procediesen sin atenerse a la justicia, pues harto sabían que los vasallos no pueden prosperar bajo la tiranía, que campos y ciudades se convierten en ruinas cuando la tiranía los domina y que entonces sus moradores se desperdigan y en las tierras de otros reyes se refugian. De esto se sigue miseria para el reino y merman sus ingresos y el público erario llega a verse exhausto y la plácida vida de los vasallos padece eclipse, pues no pueden amar a un señor despótico, sino que, sin cesar, elevan al cielo sus preces para que de él los quiera librar, de suerte que a ese rey su señorío no le aprovecha y una plaga incurable luego en él se ceba.

Antiguos eran en verdad aquellos monarcas, y grande era la melancolía de aquella breve noche de las Mil noches y una.

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