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Archive for the ‘Arquitecturas del insomnio’ Category

Ayer tuve un sueño que recuerdo como si se hubiera tratado de una película:

Es de noche. Ha llovido mucho. El viento me está congelando. Estoy descalza, en la calle y tengo miedo. Corro por callejones. Tengo muchas ganas de orinar, creo que es por el frío. Estoy en pijama y sin zapatos. Quiero encontrar una casa donde pueda descansar un poco después de ir al baño. Las casas de esta ciudad no me parecen seguras. La ciudad no me parece real, es tan pequeña, sus casas son tan pequeñas que cualquiera diría que solo es la maqueta de una ciudad. Esto lo pienso mientras corro. Luego de mucho correr me doy cuenta de que la ciudad es un círculo y he llegado al centro; el núcleo es un árbol muerto y de su rama más alta, que no debe pasar de los dos metros, cuelga un faro de luz. Me quedo mirando un rato esa imagen, presiento que ya he visto ese árbol en otra parte. El viento balancea ligeramente el candil y el suelo comienza a mecerse con suavidad, me sorprende un pensamiento: la luz que emana de ese faro es la sustancia tangible de las cosas, y el viento, con su autonomía de la luz, es malo. El suelo está helado, la piel de mis pies se ha adherido a la capa de hielo que cubre el suelo. Me duele moverme; mis pies están cortados, lo sé porque súbitamente me he orinado y el agua calida que los moja me produce un leve ardor. Doy unos pocos pasos levantando los pies para verme las plantas. A mi espalda se oye el lento rechinar de una puerta. Volteo para mirar que hay una tienda abierta a esas horas de la noche, de la madrugada podría decir. Es una tienda de comics. Me acerco. Adentro es cálido. Hay no poca gente, desvelados enfermos de insomnio como yo. Voy al mostrador y pido unos zapatos, pregunto si de casualidad venden zapatos ahí. No tienen. Tienen calcetines. Me alegro y compro un par de color gris claro. Ya más tranquila, observo algunas cosas; me hace feliz saber que existe un lugar así, una tienda para los que leemos de noche. La puerta se abre de nuevo; nadie, excepto yo, voltea y sin embargo todos sonríen porque saben de quién se trata. En el umbral aparece la estampa del hombre que me persigue en el sueño y yo estoy ahí, acorralada por falsos insomnes.

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Hellzapoppin

Hell is a poppin. Erri de Luca, recordando la película de 1941, pregunta a Nives Meroi, en medio de la noche, a muchos metros de altura en el Nepal: «¿Has estado en una situación tan complicada como para decir que el infierno, comparado con eso, no es más que una broma?» Nives comienza el relato detallado de una experiencia difícil en otra montaña; su narración es como la de quien mira pasar los hechos nuevamente ante sus ojos, con esa forma con la que se cuentan las cosas en las noches de insomnio y fatiga. Es un bello inicio en una hermosa novela.

Ahora pienso, descontextualizando completamente la frase, en cuán cierto es siempre, literal y metafóricamente, aquello de que el infierno es sólo una broma.

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El personaje

Un personaje es atravesado por una serie de acciones que no son suyas, no le pertenecen. Bien visto, el personaje es más como un punto en el espacio. Contiene y es el efecto de su propio límite. Nada se puede decir de él que no parezca extraviarse y devenir otra cosa. Apenas se enuncia algo suyo y ya se habla de más. Nombrarlo es lo más arbitrario que se puede lograr. Cualquiera que cuente una historia obtendrá para sí un personaje, hasta sentirá un poco de cariño y admirará con modestia lo que considera una extensión de su ser, casi como un hijo; pero si mira bien su creación y la desnuda de todo accidente, sentirá que su labor ha sido en vano. Pronto se irá a tejer la ilusión de otro fantasma.

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Palimpsesto

nighthawks

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—Hay alguien más.

—¿De qué hablas?

—De alguien entre nosotros.

—¿Por qué lo dices? ¿Tienes miedo? ¿Sientes que hay alguien aquí?

—No, no está aquí.

—¿Entonces?

—Es alguien que nos piensa y nos persigue.

—¿Te refieres al influjo de una persona fuera de esta habitación?

—Sí.

—¿Sabes quién es esa persona?

—Es alguien a quien sólo he visto una vez.

—¿Es un hombre? ¿Dónde lo has visto?

—Lo vi con toda claridad una mañana.

—¿Dónde?

—Yo estaba en esta ventana, él estaba en aquella torre.

—Entonces no lo pudiste ver bien ¿cómo es que lo recuerdas?

—Estuve mirándolo cerca de una hora, él también me miraba.

—¿Porqué piensas en él? ¿Sentiste que lo deseabas y te sientes mal por eso?

—Es él quien me está pensando.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque siento la estampa de su presencia en la torre.

—¿Quieres que encienda la luz para que busquemos?

—No, temo que ese acto me saque del sueño y no pueda mirarlo más, ni recordarlo entonces.

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El hombre

Un personaje solitario en extremo, detestable desde su nacimiento debido a sus rasgos físicos, ha soportado su estado de deplorable existencia ¿a base de qué? ¿desde qué parámetro piensa la felicidad o la belleza? ¿qué extraña voluntad habita su cuerpo deforme? ¿qué dioses oscuros lo acompañan?

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Pienso en un cuento, quizás para niños, que relate la amistad entre un hombre y su caballo; éste muere y el hombre vive una larga vida en la cual adopta la esperanza de encontrarlo y compartir de nuevo, después de la muerte, la dicha de su compañía; cuando el hombre fallece, tristemente descubre que hay un cielo para cada especie.

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El transcurso de una vida exitosa es interrumpido en su cotidianidad por una idea insoportable que transtorna de manera terrible la mente de nuestro personaje principal. Todo comienza narrándose bajo circunstancias que aparentan ser presentimientos, pronto se descubre que en realidad son recuerdos. En algún momento de la historia, el personaje escribe en su diario: «En ese instante comprendí que ya había muerto».

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A Henry James creo haberlo conocido antes de leerlo. Recuerdo que mi primer encuentro con su narrativa tuvo lugar en un relato antologado por Italo Calvino en un libro de cuentos fantásticos. El relato se titula «The Friends of the Friends», espléndida narración de circunstancias mentales y predestinación.
Digo que antes de leerlo ya lo conocía, porque la dicha que me brindó su lectura fue equiparable a la que se produce al llegar a un lugar nuevo, pero con elementos de una configuración familiar que nos resultan hospitalarios.
En ese primer relato reconocí la fabulación del doble, la emanación fantasma de la conciencia de los personajes, la construcción paciente de la trama y la fuerza central del destino como argumento; elementos todos cercanos a Stevenson, a Conrad y a Hawthorne.
En James, como en éstos, el prodigio ocurre en la voz, en la instancia delegada de la historia; el prodigio es la narración en sí, la selección precisa de las palabras y su secuencia.

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«Señala con una marca roja la primera página del libro, pues la herida es invisible en su comienzo». Edmund Jabès

Toda la escritura que este archivo contenga será, lo pienso anticipadamente, una rara prolongación de mi soledad, una sucesiva consagración de pequeñas muertes.

Aún no sé bien para quién lo escribo, quizás un día  estas líneas me asalten en el asombro de mi desmemoria. Mejor es pensar que lo dedico al silencio.

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